San Pedro y san Pablo son "amigos de Dios" de modo
singular, porque bebieron el cáliz del Señor. A ambos Jesús les cambió el
nombre en el momento en que los llamó a su servicio: a Simón le dio el de
Cefas, es decir, "piedra", de donde deriva Pedro; a Saulo, el nombre
de Pablo, que significa "pequeño". El Prefacio de hoy establece un
paralelismo entre los dos: "Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo,
el maestro insigne que la interpretó; el pescador de Galilea fundó la primitiva
Iglesia con el resto de Israel; el maestro y doctor la extendió a todas las
gentes".
Gracias a la humillación de la negación y al llanto
incontenible que lo purificó interiormente, Simón se convirtió en Pedro, es
decir, en la "piedra": robustecido por la fuerza del Espíritu, tres
veces declaró a Jesús su amor, recibiendo de él el mandato de apacentar su grey.
La experiencia de Saulo fue semejante: el Señor, a quien
perseguía, "lo llamó por su gracia", derribándolo en el camino de
Damasco. Así, lo liberó de sus prejuicios, transformándolo radicalmente, y lo
convirtió en "un instrumento de elección" para llevar su nombre a
todas las gentes.
De ese modo, ambos llegaron a ser "amigos del
Señor".
"Por caminos diversos, los dos congregaron la única
Iglesia". Esta afirmación, referida a los apóstoles san Pedro y san Pablo,
parece poner de relieve precisamente el compromiso de buscar, por todos los
medios, la unidad, respondiendo a la invitación repetida muchas veces por Jesús
en el Cenáculo: "Ut unum
sint!".
Extracto de la homilía del Papa Juan Pablo II el 29 de junio de 2003, solemnidad de san Pedro y san Pablo.