
Anoche estuve en El Escorial, tomando unas tapas con un grupo de amigos de edades muy variadas. Entre ellos, Carmen y Ricar, una pareja de novios en los treinta que se casará el próximo septiembre. En el curso de la conversación, a uno de los “vejestorios” de 55 años, se le ocurrió mencionar el “amor matrimonial”, así, como suena, y ¡no sabéis la que se armó entre los más jóvenes!
Que si el amor es el amor y no necesita papeles, que si se casa quien quiere y eso “se respeta”, ¡faltaría más!, pero ni falta que hace para experimentar el amor. Y ya podéis figuraros lo que significa para los jóvenes eso de “experimentar” el amor.
Uno de los más firmes defensores del amor libre, como siempre, Alfonso, hijo de unos amigos. Para que os hagáis una idea, os diré que Alfonso es guapo, inteligente, de familia “con posibles”, que se decía antiguamente, 24 años y a punto de terminar medicina. Su opinión de los que se casan es muy gráfica, simplemente, “están como cabras”. Nos dice:
“El matrimonio hoy por hoy ya no tiene razón de ser. Antes... sí, porque la mujer vivía muy desprotegida socialmente, y necesitaba el apoyo del hombre, que era el que recibía educación, el que manejaba el dinero y el que tomaba las decisiones. Pero hoy, que las mujeres estudian y tienen los mismos derechos que el varón, ¿qué sentido tiene esclavizarse en el matrimonio? Hoy, por fortuna, podemos disfrutar de los placeres del matrimonio, sin tener que cargar con los fardos que nuestros padres llevaban al cuello. La mujer, los hijos, el jefe, los médicos de los niños, los colegios... Y total, ¿para qué?”
Le pregunto si cree en el amor.
“Bueno- duda – es que en esto que llamamos amor hay mucha mentira. Todo el mundo sabe que a una chica le gusta un hombre porque reúne ciertas condiciones. Vamos, que es algo así como un casting, y no esa trola del sentimiento profundo y bla, bla, bla, que nos cuentan nuestros abuelos”.
Marga, que fue a su mismo instituto y hoy es novia de un amigo le apoya diciendo que las chicas también hacemos nuestros castings:
“Cuando vamos a discotecas o a fiestas donde sabemos que podemos conocer chicos, vestimos de una forma determinada. Procuramos estar guapas para atraerles, pero no demasiado provocativas, para que no se echen atrás. Porque a los hombres les encanta “ligar” con mujeres fáciles, pero en el fondo las desprecian. Así que tenemos que mantenernos en un término medio. Y por cierto, aunque a las chicas nos gusta mucho hablar, somos capaces de escuchar durante horas las batallitas del machito de turno y fingir que estamos muy interesadas, y...”
Yo, entre tanto, muda, interesadísima y preguntándome si cuando yo tenía veinte años, también pensábamos así. Por fin, Víctor, el sensato del grupo, se anima a hablar y explica que el matrimonio no es solo un contrato. Es algo mucho más profundo, dice, una institución natural, es decir, una institución basada en la ley natural, que es aquella que deriva de la ley eterna de Dios. La respuesta de Alfonso es inmediata:
“¡Venga hombre, eso lo dices tú y cuatro curas!”
Que si el amor es el amor y no necesita papeles, que si se casa quien quiere y eso “se respeta”, ¡faltaría más!, pero ni falta que hace para experimentar el amor. Y ya podéis figuraros lo que significa para los jóvenes eso de “experimentar” el amor.
Uno de los más firmes defensores del amor libre, como siempre, Alfonso, hijo de unos amigos. Para que os hagáis una idea, os diré que Alfonso es guapo, inteligente, de familia “con posibles”, que se decía antiguamente, 24 años y a punto de terminar medicina. Su opinión de los que se casan es muy gráfica, simplemente, “están como cabras”. Nos dice:
“El matrimonio hoy por hoy ya no tiene razón de ser. Antes... sí, porque la mujer vivía muy desprotegida socialmente, y necesitaba el apoyo del hombre, que era el que recibía educación, el que manejaba el dinero y el que tomaba las decisiones. Pero hoy, que las mujeres estudian y tienen los mismos derechos que el varón, ¿qué sentido tiene esclavizarse en el matrimonio? Hoy, por fortuna, podemos disfrutar de los placeres del matrimonio, sin tener que cargar con los fardos que nuestros padres llevaban al cuello. La mujer, los hijos, el jefe, los médicos de los niños, los colegios... Y total, ¿para qué?”
Le pregunto si cree en el amor.
“Bueno- duda – es que en esto que llamamos amor hay mucha mentira. Todo el mundo sabe que a una chica le gusta un hombre porque reúne ciertas condiciones. Vamos, que es algo así como un casting, y no esa trola del sentimiento profundo y bla, bla, bla, que nos cuentan nuestros abuelos”.
Marga, que fue a su mismo instituto y hoy es novia de un amigo le apoya diciendo que las chicas también hacemos nuestros castings:
“Cuando vamos a discotecas o a fiestas donde sabemos que podemos conocer chicos, vestimos de una forma determinada. Procuramos estar guapas para atraerles, pero no demasiado provocativas, para que no se echen atrás. Porque a los hombres les encanta “ligar” con mujeres fáciles, pero en el fondo las desprecian. Así que tenemos que mantenernos en un término medio. Y por cierto, aunque a las chicas nos gusta mucho hablar, somos capaces de escuchar durante horas las batallitas del machito de turno y fingir que estamos muy interesadas, y...”
Yo, entre tanto, muda, interesadísima y preguntándome si cuando yo tenía veinte años, también pensábamos así. Por fin, Víctor, el sensato del grupo, se anima a hablar y explica que el matrimonio no es solo un contrato. Es algo mucho más profundo, dice, una institución natural, es decir, una institución basada en la ley natural, que es aquella que deriva de la ley eterna de Dios. La respuesta de Alfonso es inmediata:
“¡Venga hombre, eso lo dices tú y cuatro curas!”